Entrevista a Alejandro Cabrera Coronas, autor de 'Los nuncavivos': Un nuncavivo, de existir, debería quedar enclaustrado en su universo paralelo.

Ediciones Atlantis publica “Los nuncavivos”, un libro original del autor Alejandro Cabrera Coronas, que va enganchando al lector poco a poco en una exposición in crescendo de lo que los personajes, en esencia, son: manifestaciones y víctimas del deseo, la ambición, la frustración… y el terror.

¿Cómo fue el proceso creativo de esta novela?

Los nuncavivos” (que, en puridad, no se trata de una novela en el sentido estricto del término y aun contemplando todos los elementos propios de tal tipo de narrativa, sino de un muestrario expositivo, presentado de manera epistolar, de personalidades moviéndose en una trama lentamente creciente) fue el resultado de un proceso de búsqueda de un arquetipo que pudiera hallar acomodo, sin estridencias, en la galería de los “monstruos” de la creación literaria. Durante meses estuve relativamente “obsesionado” con la idea de crear un personaje completamente nuevo (y diferente) integrable en el imaginario de lo fantástico o terrorífico, quizás un tanto cansado de los seres y personajes habituales en este tipo de literatura. Recuerdo el momento preciso, allá por 2008 (cuando fue comenzada a ser escrita la presente obra), en que me asaltó la “chispa” y empecé a diseñar las claves del ente no carnal que aglutina la trama de la obra. A raíz de haber dado con el mencionado ser surgió el dilema de construir una novela propiamente dicha o un algo diferente. Y resultó esta última posibilidad: desestimé crear una novela al uso, lineal o no, optando por desarrollar la historia (o, más propiamente dicho, la trama) entre unos (muy pocos) protagonistas por medio de cauces comunicativos casi enteramente virtuales: correos electrónicos, chats, publicaciones en redes sociales y en blogs… La plasmación de dicha trama por medio de este engranaje de comunicaciones resulta más fresca y ágil y, cuando menos en las fechas en que fue escrita por vez primera, original.

¿Quién crees que disfrutará más con su lectura?

Dado que no sigo (al menos conscientemente) usos, modas o tendencias, sino en función de mi propia visión (asumidamente contradictoria y poliédrica) del mundo mismo, de la literatura y de la ficción, pienso que cualquier tipo de público entenderá (y disfrutará, espero… o se inquietará, que es mi deseo) con la lectura de “Los nuncavivos”. No es éste un libro pensado en base a criterios comerciales, pero intuyo que el lector, decididamente ávido  de obras diferentes, captará todos los matices sin dificultad si está atento a los detalles: porque en éstos reside, en realidad, “la sal” de “Los nuncavivos”. Cada fecha, cada hora, cada nombre, las fuentes y tamaños con que cada personaje habla, la alineación misma en la página de las intervenciones… no responden al azar sino a un cuidadoso proceso de selección y descarte.

Si el lector pudiera sacar una conclusión o moraleja de “Los nuncavivos”, ¿cuál sería?

Los nuncavivos” no pretende ser, en modo alguno, una obra con pretensiones didácticas, éticas o morales; si bien es cierto que de su lectura se desprenden no pocas derivadas. Quizás la más evidente sea la relacionada con los innegables peligros anexos al mundo “2.0” en el que vivimos inmersos y nos movemos cotidianamente, perdiendo con ello el contacto piel con piel, ojo con ojo, y la propia naturaleza gregaria del individuo. Los personajes carnales de la obra son seres extremada y voluntariamente solitarios, creyentes equivocados en una conexión prácticamente ilimitada con el mundo cuando, en realidad, están cada vez (y paradójicamente) más alejados y ajenos a éste.

Los personajes de carne y hueso de la obra son personas, en el fondo y en la forma, alienadas y metidas de lleno en sus mundos diminutos, desligados de sus esencias reales y naturales. Los fantasmas reales de la obra (los que realmente provocan mayor inquietud y terror, por reales y cotidianos) están fabricados con materia orgánica: las frustraciones y las inseguridades; el egoísmo y los afectos no del todo desinteresados; los temores fundados con mayor o menor enjundia; las conveniencias propias y las utilizaciones del otro; las vanidades y los egos agazapados; las paranoias, la neurosis (el propio estilo de algunos de los personajes, repetitivo, nervioso, sincopado a veces y en otras ocasiones casi barroco así nos hacen ver este importante matiz) y los complejos; las desconfianzas, los recelos y las sospechas; las sumisiones, confianzas y fascinaciones quizás carentes de fuste; el cansancio, el hastío por el propio hecho de vivir o de seguir sobreviviendo; el dolor, la enfermedad y la molesta presencia vaporosa y siempre flotante de la muerte, a la cual miramos, incómodos, de soslayo… Tal vez produzca mayor miedo e incomodidad el hecho de ver reflejados en primera persona tales demonios que conforman nuestro día a día junto a circunstancias tanto personales como sociales (las mencionadas más el ostracismo para con aquellos que sabemos mejores que nosotros; las necesidades no cubiertas de reconocimiento y amor; la profundísima soledad; el desinterés de fondo con el que tratamos y sentimos al semejante, por aparentemente amado que nos sea; la levedad insoportable del hombre occidental…). Como innatural y paradójica contrapartida, el único personaje que “mantiene el tipo” (aparte de la compañera de camino del intuitivo, cultivado, inseguro e irritante científico, docente y escritor vocacional: el -verdaderamente risible- héroe final, de alguna manera, de la obra) es precisamente el ente imposible que lucha con denuedo por un objetivo, que no es otro que el ser: no ser más de lo que es, sino meramente ser; ser lo que no debería, por lógica, poder ser. Mas consigue, a base de una inusitada determinación, lograr mucho, muchísimo más de lo imaginable para una entidad de sus características. Fuerza, tesón, deseo, ansia, lucha… rebeldía. Aunque el personaje en cuestión sea un depredador sin aparente alma ni conmiseración, resultando repulsivo y decididamente “incómodo”, lo cierto es que acaba demostrando ser el único realmente admirable merced a su voluntad de poder: lo cual no quita que el alcance de su maldad, de su voracidad, acaben resultando insoportables y dañinos hasta el límite de lo impensable, de lo imposible.

No es “Los nuncavivos”, en resumen, una parábola acerca de nada de lo arriba expuesto. Mas tampoco deja de serlo, visto desde esa perspectiva de lectura e interpretación, y ya que en el interior de toda obra reside mucho más de lo visible, aun sin pretenderlo el escritor.

¿Por qué “Los nuncavivos”?

Esta pregunta (en la que admito no haber siquiera pensado hasta hace escasas fechas) me la han formulado en no pocas ocasiones últimamente. La respuesta más simple es que resulta sonoro, como el título de una suerte de saga maldita. Pero esta broma minimalista no es del todo cierta ni completa. Los nuncavivos son seres que, en teoría, ni siquiera deberían existir (al menos en nuestro plano existencial). Pero existen en la obra, y lo que sí que deberían ser es “siempremuertos”. Un nuncavivo es un ente que, de vivir de alguna manera, debería, si acaso, hacerlo en una dimensión paralela a la humana, con capacidad nula para influir en ésta: no hay (teóricamente) tangente posible entre un nuncavivo y un humano real, de carne y hueso. Un nuncavivo, de existir, debería quedar enclaustrado en su universo anímico, espiritual. Pero lo fascinante del ente protagonista de esta obra es que va derribando fronteras, alcanzando logros y metas impensables (como lo es su propia existencia para el hombre occidental, de costumbre descreído para con las posibles realidades paralelas a lo puramente visible) y llegando a cruzarlas, traspasando cualquier tipo de traba propia a su esencia. El nuncavivo (la nuncaviva) de la obra va más mucho allá de conformarse con dejar de estar muerta, semimuerta, pseudoviva o viviente en un mundo extraño, feroz y caníbal: desea vivir de verdad, experimentar, ser todo lo que no es, ser algo. Ser. Y para ello utilizará todas las armas (en principio absolutamente fuera de su alcance mismo) que vaya urdiendo y construyendo: hará uso y abuso de cualquier estrategia de manipulación; seducirá travestida bajo la apariencia de una nubilidad falsa; mentirá e irá cautivando con palabras ya suaves, ya soeces, a unos y a otros; impostará y, finalmente, logrará llegar muchísimo más allá de lo tan siquiera imaginado por un ser de sus (siempre en lógica teoría) limitadísimas / nulas posibilidades.

¿Estás trabajando ahora en algo?

Bueno, en realidad llevo trabajando para mi único disfrute en lo creativo desde niño. Escribo a cualquier hora y en cualquier lugar (siempre que las fuerzas y las energías me son favorables y me lo permiten), y sobre temas y formas literarias de toda índole. Siempre he escrito por el mero placer de hacerlo, hasta que hace año y medio aproximadamente (tras muchos años de dudas) decidí “lanzarme” por fin, tímidamente, al mundo editorial, en algún certamen, revista o antología: siempre a cuentagotas, lento, sin prisas. Últimamente estoy centrado (a la par que necesariamente disperso, cual admito sin sonrojo que es mi propia naturaleza) en la continuación de esta obra en concreto (si bien es un libro que se cierra completamente en sí, el lector sabrá al acabarlo que habrá, seguro, más) y en la segunda y tercera parte de otra creación “peculiar” con la que también tengo contrato de edición en vigor. Aparte de estos dos proyectos, sigo practicando ciertos cambios sustanciales en otro tercer libro que (espero) saldrá a la luz a final del presente año o a comienzos del siguiente: un libro de relatos que versa sobre las fuerzas, los “poderes” pequeños que hacen de los humanos lo que somos, para bien, para mal o para ese algo intermedio que, en el fondo, somos todos. Paralelamente a todo ello, varios poemarios (género este, el lírico, que constituye, seguro, más de la mitad de mi obra) que voy revisando una y otra vez, no pocos libros de relatos (mi otra devoción), aforismos, humorismos y brevedades, ensayos sobre esto y aquello, alguna obra decididamente incatalogable, indefinible e incluso sanamente risible. Todo lo mencionado bajo el prisma de la literatura, la ficción pura: raramente me documento (trabajo que entiendo necesario para novela histórica o tratados de diversa índole pero que no casan con mi manera de entender el proceso de creación puramente literario) o consulto más allá de lo que me ofrece mi propio (y limitado) conocimiento del mundo, de la observación y “disección” de los seres y las cosas.

¿Cuál es tu autor de referencia?

Aun declarando mi debilidad por autores clásicos en mayor o menor medida. Chejov, Maupassant, Lorca, Whitman, Bukowski, Nietzsche, Shakespeare y docenas de tantísimos titanes de la literatura, me son especialmente afines los llamados “malditos”, los autores diferentes y difícilmente calificables o encasillables, intento (como entiendo que cualquier autor) que ninguno de ellos influya en mis escritos: misión ésta imposible, por mucho que, como dije, intente distanciarme de estilos, tendencias, movimientos, formas, escuelas, temas ajenos a mí mismo. Ya que, por fortuna, mi hecho de escribir no responde a esclavitud ni necesidad, escribo lo que quiero y de la manera en que quiero hacerlo. Escribir es, para mí, un acto de intimidad, una pulsión mantenida, un algo inevitable. Aun así, y sin pretender, repito, ser influido por autor o referente para mi escritura, soy consciente de que la impregnación cultural está, evidentemente, ahí, y no me son ajenas las posibles (seguras) influencias de otras manifestaciones culturales (música, pintura, fotografía…) y de la vida misma en toda su extensión casi infinita. Mas, por encima de todo, pienso que aquél que ame la escritura debe vivir, fundamentalmente, en su cerebro propio, por finito y poco importante que pudiera ser: ese espacio real, único, auténtico y libre al que debería resultar imposible renunciar: el resto es adorno y circunstancia.



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